Mineros, la historia de El Bierzo

El trabajo en la mina es uno de los más duros y arriesgados
El trabajo en la mina es uno de los más duros y arriesgados

Coincidiendo con la llegada de la «Marcha Negra» a León, publicamos como homenaje a todos los mineros un artículo de Manuel Cuenya en el que, con mucha emoción y sentimiento, reconoce el papel preponderante que han desempeñado los mineros en la historia reciente de nuestra comarca, al mismo tiempo que denuncia la actitud de quienes se benefician de su trabajo mientras vuelven la vista hacia otro lado, como si la cosa no fuera con ellos:»Unos trabajan para que otros se rasquen el pelotamen».

Un cacho de historia berciana, al menos la más reciente (desde hace aproximadamente unas siete décadas), está escrita con tinta minera y un largo rosario de lágrimas derramadas. Llanto por los muchos mineros atrapados bajo algún costero, con los pulmones hechos nata negra, silicóticos perdidos, a resultas de las precarias condiciones de trabajo, la insuficiente y casi nula ventilación de los chamizos o minillas de medio pelo, tan habituales en nuestro Bierzo querido y jodido. Nada que esconder bajo estos cielos negros, abiertos, sajados a punta de cuchillo san martinero. Cielos de fierro y antracita. Siempre bajo un sol de medianoche, mortal y negro, que quema los ojos y las entrañas. Qué grandes sois, queridos paisanos.
 

Bajo este mal llamado paraíso, al menos para quienes tienen que apechugar duro y aguantar a güeyes, que sigue reposando en la explotación y se desplaza por los raíles de la muerte, a menudo cargada de vagones tirados por algún espectro, se revelan (y deberían rebelarse de verdad) los mineros. No hay lirismos que valgan, cuando un minero, después de una jornada agotadora, polvorienta y húmeda, se queda sin el pan de sus hijos, sin su propio plato de garbanzos, sin tierra y sin pan. El Bierzo, como acaso el resto del orbe, reposa en el explotado y avanza sobre su cadáver, a como dé lugar. A costa de lo que sea. La mina o la muerte. Terrible elección. Ser minero o no ser nada. ¿A quién le importa el obrero? ¿A quién le preocupa el minero, salvo a su familia cercana?
 
Un trozo, un anaco, eso sí gigantesco, de la historia del Bierzo está escrito con sangre y semen mineros. Y sin ese pedazo de historia nos sentimos desamparados, huérfanos… Y, encima, si no sintiéramos que es así, estaríamos falseando nuestra realidad. Aunque hacer chanchullos a la realidad, trampear y “tranzar” es lo que se lleva en estos tiempos de apariencia y corruptela. Desvergüenza que adorna y cubre las espaldas al poder. El eterno retorno de la podredumbre. El círculo vicioso del tiburón zampón (valga la redundancia) que se lame la cola de los descaros. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a ponerle cascabeles al monstruo? Unos trabajan para que otros se rasquen el pelotamen. Aquí y allá. Siempre la misma historia. ¿Quieres que te cuente el cuento del gallo capón? Seríamos hipócritas y asquerosos impostores, si no admitiéramos que el Bierzo, al menos el de las últimas décadas, se ha forjado en el subterráneo mundo del carbón,  cabrón para algunos, y oro para otros, los menos. Para qué  hacernos los longuis, todo se hace a costa de alguien, de Otro, lo que no debería pillarnos por sorpresa. La vida entera se ha fundado sobre una vil tomadura de pelo, pero aplicamos la falsa conciencia, como mecanismo defensivo, para enmascarar nuestras propias insuficiencias. Hay que salir adelante como sea. Es ley de vida. Selección brutal de las especies, de la especie humano-animal. Aunque no escuchen nuestra voz. A pesar de no pagarnos lo que nos deben. Eso deben estar diciendo los mineros, con toda la razón del mundo. El caos llevado a la enésima potencia. La mierda elevada a los altares sagrados de lo inaceptable. ¿Cómo se puede tener a la población sumida en el desconcierto, en el paro, en la incertidumbre? Mañana no sé si tendré algo que llevarme a la boca, a pesar de mi esfuerzo y entrega en aras de algún capitalista salvaje, capaz de vender a su madre al mejor postor, si tal fuera necesario. ¿A ver quién se enriquece antes, siempre a costa de los demás, aunque se les tenga que pisotear, apisonar? La culpa siempre la tiene y la paga el Otro. Joder, con la culpa judeocristiana. Resignación y a seguir barajando.

Los mineros, nuestros mineros, han arrancado, siguen arrancando de sus entrañas esfuerzo, servidumbre al patrón, sudores húmedos de enfermedad, pulmones convertidos en negrura. Trabajo, sufrimiento, oscuridad en el túnel del riesgo, en la rampa del miedo. No hay nada más conmovedor que ver a un minero bajar, adentrarse en la catacumba de lo incierto, meterse en el pozo, con angustia y antracita en la comisura de los labios, y aun en las eternas ojeras del temor. Cada minero es una mina que revienta.

Lo que hoy es el Bierzo, y quizá el resto de la provincia leonesa, se lo debemos a ellos, a los mineros, que han sacrificado su vida. Lo que ahora existe ha sido escrito sobre su piel, grabado a fuego en sus vísceras, porque sin esas galerías hechas con dinamita y explotación, sin esas “ramplas” de lágrimas, seríamos poca cosa. Ya lo somos, en todo caso. Algunos no serían ni su sombra.
 
Lo más jodido es que los faramalleros, atiborrados de guita, siguen luciendo su pelleja capitalista sin aspavientos, como si no fuera con ellos la cosa, que tenéis que apoquinar, so pendejos, que vuestros mineros han dejado su pellejo y sus pulmones en vuestros chamizos, para que ahora hagáis oídos sordos, que va con vosotros el tinglado, que todos aquellos que ostentáis algún poder sois cómplices de que los mineros no sean escuchados y atendidos cual se merecen. Seguid echándoos una siesta sobre un bosque milenario de minas, que algún día –en el Apocalipsis- os reventarán las gaitas mientras las bestias os copulan en los atardeceres negruzcos de eternidad. Entonces, tampoco sentiréis ningún remordimiento de conciencia.

Manuel Cuenya

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