Salamanca, una mirada musical y literaria

Salamanca con su catedral a la orilla del río Tormes
Salamanca con su catedral a la orilla del río Tormes

Capital Europea de la Cultura, Patrimonio de la Humanidad y Ruta Camino de la Lengua Castellana, Salamanca es ciudad a la que vuelvo con agrado, una y otra vez, quizá para reencontrarme con el estudiante de Espronceda, con el alumno que fui en su día, que sigo siendo, porque uno no deja de estudiar, aprender, sentir, viajar…

Conocida, asimismo, como Roma chica o «poso de cielo en la tierra», según Unamuno, cada vez que  visito esta ciudad del saber me da gorrión, que diría la escritora cubana Zoé Valdés, o mejor dicho, cuando me acerco a la ciudad del Tormes siento una nostalgia increíble, tal vez por algo que perdí, o que dejé atrás, quizá por ese tiempo mágico que viviera allá por el año de 1991 como estudiante universitario, antes de irme a Francia como Erasmus, incluidos esos últimos meses del 1992, antes de volver a salir de España con una beca Comett (Leonardo Da Vinci).

Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado
(Cervantes, El Licenciado Vidriera)

Qué tiempos aquellos en la Avenida de los Comuneros, espacio de tertulias y arranques líricos, en compañía de Agustín de Burgos; Juan, el Extremeño; Toni, el hermano de Juan; Abel «Ser» (que entonces bajaba a darnos humor y palique, y que ahora debe andar por las Alemanias, después de su estancia en Gales e Inglaterra); Alex, el Germano, y aun otros y otras, como la banyolense y divertida Teia, que se iban sumando a la tropa y a los saraos.

Cada vez que asomo el hocico por Salamanca es como si sintiera el síndrome de Stendhal. ¡Ya sabéis del desvanecimiento ante tamaña belleza! Pues uno siente vértigo, excitación, alucinaciones incluso. Y todos esos recuerdos de una época que fue, que pudo haber sido, que ya nunca podrá volver a ser, porque uno ya no puede bañarse en el agua de un mismo río. Qué filosófico me quedó esto último. Y eso produce tristeza. Aquellos recuerdos de cuando estudiaban allí algunos de mis paisanos y amigos, como Mar, Fernando, Jose «Alejandro», Jordi, o Mingo, al que fui a visitar en alguna ocasión, mientras uno estaba en otra universidad, a saber, la de Oviedo. 
           
Martín PatinoAquellos tiempos de inconsciencia, cervezas, paseos por la Rúa Mayor y la Plaza Mayor, donde siguen dándose cita tanto unos como otras, al amor del sol que cura; conciertos de jazz en el Corrillo y trasnoches en el bar Piper, en el que una noche llegué a encontrarme con Arturo Pérez Reverte y Pedro Piqueras; cafés-bombón en el café Moderno, en el que trabajaba Agustín de camarero en ratos libres, meneítos en el Camelot, “palomas” en el Bambú, bocadillos de bacon y queso en el Leonardo, varios libros en la Víctor Jara, una conferencia de García Calvo, algunos seminarios y exposiciones de doctorado en la facultad…  Mis felicitaciones para el profesor Navarro Góngora y para Giner Abati, aquel fenómeno de la Etología Humana. Y mis mejores deseos para Marta Badía. ¿Qué será de ella?

Aunque pesa la morriña, también resulta grato regresar de vez en cuando a esta ciudad que te permite ver la colección Basilio Martín Patino de artilugios pre-cinematográficos, en concreto en la Filmoteca, que dirige el gran Juan Antonio Pérez Millán, o bien al propio cineasta Martín Patino paseando, eso sí con dificultades, al lado de las catedrales, incluso puedes sentarte en el histórico café Novelty, situado en la Plaza Mayor, a conversar sobre la saga/fuga de J.B. con la estatua de Torrente Ballester, y hasta es probable que la ciudad te convide a vivir a la vez en la Edad Media (unaTorrente Ballester en Novelty vez más la melancolía por una época mitificada, con aromas a incienso, clerigalla, quema de bruxas y peste) y en la Edad Contemporánea, y aun en la Transmoderna. Esto es más o menos lo que podría ocurrírsele al maestro y filósofo Gustavo Bueno, quien viviera una época harto convulsa en la ciudad donde se halla el huerto de Calixto y Melibea, cuya inauguración data de 1981, con motivo del hermanamiento de Coimbra y Salamanca.

El huerto de Calixto y Melibea es el sitio perfecto, en días de calor, para hacer una foto a la estatua de La Celestina, rememorar la historia… literaria de la ciudad y darse un descanso, pues tiene la apacibilidad de un jardín de las delicias y el encanto de ser mirador, la única facultad verdadera y aérea, balcón hacia el Tormes, el río donde nacieran al Lazarillo, la novela picaresca por excelencia, acaso el relato fundacional del género, tan español, tan nuestro.

El Tormes, ese río que da sabor y colorido a una tierra dorada, y que invita a refrescarse en sus aguas, o bien a cruzarlo en barca, como otrora, un lunes de aguas, o cualquier otro día, eso sí, provisto de un sabroso hornazo,  que es como nuestra empanada berciana, unos chochos (dulces anisados, ay) como postre, y por supuesto una buena compañía. Como alternativa, tal vez menos bucólica y amorosa, cabe la posibilidad de atravesarlo por el puente romano,  desde donde se disfruta de una estampa idílica de la ciudad. Pero, ojo, no nos dejemos «turriar» contra el toro rocoso, que sigue en pie, como le ocurriera al «infelice» Lazarillo. Por estos pagos, en otras épocas se concentraba toda la chusma y picaresca de la ciudad, mientras que ahora se montan chiringuitos y hasta jaimas en días de ferias y fiestas.

Toro de Salamanca«Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal; y allí puesto me dijo:
-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél…”
(Lazarillo de Tormes)

Qué grande es Salamanca en historia, en monumentalidad… en su belleza de piedras rosadas, de la nobiliaria Villamayor –dicen-, cuando el sol dora las fachadas de sus edificios: las catedrales (donde se puede ver, qué chistosito, a un astronauta de piedra, supongo que tallado por modernos canteros, amén de otros talismanes), la emblemática casa de las Conchas (en la que se encuentra la oficina de turismo), la llamativa Torre del Clavero, el palacio Anaya (hoy Facultad de Filología), el convento de San Esteban (donde se hospedaran, entre otros y otras,  Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola o Bartolomé de las Casas, y en el que Colón recibiera apoyo por parte de los Reyes Católicos para su viaje a las Indias o Américas), el colegio Fonseca (triste y sola… sola se queda… con su bello claustro y su restaurante chic, en el que se come muy rico), la casa de Unamuno, o bien la aledaña y fantasmagórica Casa de las muertes (vaya nombrecito)… ¿Y qué sería de esta ciudad sin su Universidad (y la rana que luce encima de una calavera), la más antigua de España  y tan conocida como Oxford, Bolonia o La Sorbona… sin sus estudiantes y profesores… sin su poso cultural y artístico? ¿Acaso hoy sería sólo un poblachón?

Un recuerdo especial merece, además, la casa Lis: Museo de Art Nouveau y Art Decó, que tanto entusiasmó al ya desaparecido artista Bergara Leumann (a quien tuve el privilegio de conocer en Buenos Aires), tal vez porque le hacía recordar a su Botica del Ángel.

Torres VillarroelEn realidad (dicho sea con respeto y a la buena del Señor y de la Señora), Salamanca es un pueblo más o menos grande, con su gente de a pie, que habla una suerte de español con deje caló, al que van a parar muchos estudiantes de toda la geografía española, y aun extranjeros y extranjeras -proliferan los gringos y japoneses- en busca de la lengua de Cervantes (vaya potencial turístico, qué gran descubrimiento) y mucha farra nocturna. Cualquier pretexto es bueno para darse al dance y a la priva… en los muchos y bien decorados bares, «pufes» y discotecas que hay en la ciudad del polifacético Torres Villarroel, quien por cierto requeriría de una amplia reseña él solito.

«Yo nací entre las cortaduras del papel y los rollos del pergamino en una casa breve del barrio de los libreros de la ciudad de Salamanca»
(Torres Villarroel, Vida)

Por el momento, sólo decir  que puede verse su busto a la entrada de La Cueva, un sitio donde, según el saber popular, el diablo impartía clases de nigromancia, adivinación y brujería, y que figura en un entremés, La cueva de Salamanca, de  Cervantes. Sobre esta cueva han escrito varios ilustres de las letras, tal como reza en una placa. Dicho sea de corrido, el significado de Salamanca, en Hispanoamérica, es antro donde bruxas y demonios celebran sus aquelarres. Por asociación fonética, incluso semántica, podría hablarse de una nigromántica Salamanca salamandra salamántica. Si es que la ciudad charra da mucho de sí. No en vano, el profesor Gustavo Bueno relataba sus experiencias en esta ciudad cual si se tratara del Medioevo. Dicho lo cual, el pretexto de mi último viaje a esta tierra -siempre hay alguna excusa- fueron algunos conciertos de las ferias y fiestas septembrinas: los intrépidos Folk On Crest, que tocaron a pelo durante unos minutos después de que se les fuera la electricidad; la curiosa, multicultural y entusiasta Banda del Soplo; los legendarios Milladoiro, que me erizaron los vellos del alma cuando tocaron Maruxa. Y así, en este plan. Lamento, por lo demás, haberme perdido a Mónica Naranjo, a quien escuché por primera vez en México, hace ahora unos 16 años. Pero no se puede estar al plato y  las tajadas.

También en la ciudad en que impartieran docencia Fray Luis de León («Decíamos ayer») y Unamuno he tenido la ocasión de presenciar conciertos de las maravillosas divas griegas, Elefthería Arvanitáki y Álkistis Protopsalti. Inolvidables.

Río Tormes a su paso por Salamanca 

Recuerdas que Arvanitáki te hipnotizó con la belleza de su música, y aun con su propia belleza/verdad exterior (su verdad/belleza interna). Vestida como una sirenita elegante y guapetona, te trasladó a Grecia, ahora resquebrajada. No obstante, este país tocado por la luz mediterránea continúa siendo un recinto sagrado.

En cuanto a Protopsalti, se trata de una mujer-lava, una Edith Piaf de la canción helena, un volcán que te hace despertar de un sueño profundo, un cuerpo encendido, una voz poderosa que se clava en tu médula y te invita a sentir el mundo como algo emocionante. Una voz capaz de desencadenar seísmos íntimos en los sedimentos de tu memoria.

En el fondo, Salamanca es una Compostela musical y literaria que entraña mucha espiritualidad. Por eso es tan saludable peregrinar a esta ciudad, al menos una vez al año.

Manuel Cuenya

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