Amable Arias

Delicada línea la vida

Fuiste trazo, delicada línea de óleo y alma. La composición gráfica de una sonrisa tras el llanto de una pena. La expresión viva de un grito que nace de la nada oprimida e impuesta. Fuiste olvido, Amable. Memoria condenada al desaliento de la duda, al desahucio de la infancia, a la condena de la postración incriminada. Fuiste el recuerdo de ti mismo, sin más omisión que el deseo de no haberlo vivido. Voces sin eco de la tortura de tu madre carne, de tu madre sangre, de tu madre, Amable. Soledad solitaria. Fuiste el dolor de un cuerpo que no pronuncias, porque no es cuerpo. Y habitaste en la huida perenne del regreso, buscándote, buscándole, buscándolo… por la falta de costumbre de estar en algún sitio contigo mismo, queriendo reencarnarte en ese viaje de ida y vuelta al universo que nadie sabe. Ser tú, Amable. Siempre gritándole al viento, con exclamaciones de surcos y trazos, de lapiceros y pinceles, de manos y ojos; y fuego, risas y llantos. Fuiste un grito sordo, incoloro, que se torna luz y cascada lumínica cuando se encuentra con la extrañeza de ti mismo, porque tú fuiste la mitad irresuelta del arco iris de una vida. Fuiste trazo, Amable, delicada línea de óleo y alma, de tinta, papel y lienzo, y voz, y tú, siempre tú, siempre esa hiperrealidad que no distingue lo real de lo fantástico, y otra vez ese viaje que no cesa y que se entretiene en convertir la sonrisa del retrato de la niña que juega en una calle de la Villa Vieja de Bembibre, en un campo abstracto de emociones e intenciones. Fuiste palabra: “Cuando se está totalmente el silencio es lo único ese terrible silencio que se escucha en la noche pavorosa de la historia”. Y otra vez el grito que desgarre el silencio, que rompa el círculo de la nada aterradora que te nace dentro y transforma tu esencia en un esqueleto que sustenta el eco nefasto del mutismo. No pararse, no rendirse, inventar lo no hecho. Concebirse a sí mismo. Caminar sin pisar las huellas que otros antes dejaron en el camino. Ser tú, Amable. Ser lo que fuiste. El estrépito que retumba en los montes, hasta dejar de ser, hasta dejar de estar. Fuiste la urgencia por instalarse en la penumbra de la ausencia, en busca de un haz de esperanza, en busca de unos labios, unas manos, que besen, que acaricien la desaparición de afectos. Carencia y represión, de todo hubo, nunca sometimiento, ni al infortunio ni a la imposición de la tiranía del dictador. Creatividad como bálsamo a la penuria afectiva; de marxismo vestiste el remedio contra el Caudillo. Y fuiste palabra, Amable, y te respiro, por querer tener lo que no tuviste: ausencia de sufrimiento.

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