Carmen Gómez Ojea: ‘A veces tengo la intención, sobre todo, de escandalizar, eso sí. De molestar, de inquietar’

Es una de las más importantes autoras asturianas y españolas. Nítida en su expresión y en sus ideas, amante del lenguaje y defensora de su buen uso. Escritora de poesía, teatro, novela, literatura juvenil e infantil, microrrelato o columnas de opinión en prensa y revistas. Lectora diaria, textos de Medicina incluidos. Ganadora entre otros del Premio Nadal con Cantiga de Agüero, del Tigre Juan con Otras mujeres y Fabia, del Ala Delta por La Niña de plata o del Edebé de Literatura Juvenil por El diccionario de Carola. Premio de poesía Carmen Conde, por En la penumbra de Cuaresma. Distinguida también con la Medalla de Plata tanto del Ayuntamiento de Gijón como del Principado de Asturias. Premio de la Crítica de Asturias, por Bailaremos en el río.

Con motivo de su presencia en Bembibre este jueves 22 de junio, para participar en el ciclo Tiempo de Palabras (20,00 horas en La Casa de las Culturas), reproducimos la entrevista que le realizó la Redacción de Creatividad Literaria.

—¿Sabes cuántos libros tienes escritos?

—Tendré más de cien o doscientos, por ahí.

—Y después del número X ¿se vuelve más mecánico, más frío el proceso de escritura?

—No. Aunque la voz y la sintaxis sean las mías las historias, normalmente, son absolutamente distintas. Sí que notas un eco conocido, por supuesto que hay unos nexos de estilo, léxicos, morfológicos, sintácticos. Por otra parte, yo no tengo ningún problema en abandonar una historia si veo que hace aguas, aunque tenga escritos doscientos folios. Lo mismo me pasa con la lectura. Empiezo un libro y jamás en la vida me torturo diciéndome «tengo que leerlo porque es una obra señera en la historia de la literatura mundial». Me importa un pimiento si a mí no me dice nada. Hay muchísimas bibliotecas, muchísimas librerías, el mundo está lleno de libros. Pues a la hora de escribir, lo mismo. Tampoco me importan los géneros literarios. Los escojo según lo que quiero contar. Si el tema es urgente y de agitación escojo la poesía. Es un arma muy eficaz para comunicar algo que sea revolucionario, en el sentido que es un revolutum, que produce una alteración en el receptor. Canciones y poesía son muchísimo más eficaces que un panfleto. Si quiero que se escuchen las voces de los personajes me decanto por el teatro. A veces también utilizo el microrrelato para condensar, para contar en pocas palabras algo que me conmueve, hiere, disgusta o irrita.

—¿Cuáles crees tú que son tus virtudes narrativas?

—No creo que sea una virtud, pero soy muy rápida. Si me dicen que escriba un cuento en veinticuatro horas de cincuenta folios y me comprometo y veo la historia puedo hacerlo.

—¿Y en qué te trabas? ¿Dónde encuentras mayores dificultades?

—Pues mira, la parte más difícil para mí es encontrar un título. Lo cambio miles de veces. ¿Por qué? Porque soy una maniática desde pequeña de la onomástica en las dos vertientes: antroponimia, nombres de personas y toponimia, nombres de lugar. Siempre me interesó saber cómo la humanidad se fue dando nombre a sí misma: la tierra donde vive, el río donde pesca y cuyas aguas bebe, la montaña que ve cada día al despertarse. Por eso para mí son muy importantes los títulos de las obras porque es darle nombre.

—¿Qué situaciones te invitan a escribir?

—¿Yo, de dónde saco mis argumentos? De la vida. ¿Y qué es la vida? Puede ser un sueño, algo que escuchas, lo que leo, lo que veo, lo que me cuentan. Yo sueño mucho. Los sueños me dan mucho material. El otro día por ejemplo soñé que iba en un tren y llegaba a una estación donde no había nadie. Yo era “MV”, que significaba muerto viviente. Una cosa…

—¿Qué esperas de tus libros?

Nada. No soy una persona de la que la esperanza sea una de las virtudes teologales que me haya concedido el señor dios. Si después hay una sola persona en el mundo a la que le haya aportado algo, pues bien. No escribo con intencionalidad de cambiar el mundo, ni quiero hacer llorar o reír. A veces tengo la intención, sobre todo, de escandalizar, eso sí. De molestar, de inquietar. Me parece que es una de las funciones de la literatura, porque si no, no me interesa mucho, ¿comprendes? No me gusta la literatura para entretener. Yo tampoco busco esas lecturas para que me aporten momentos de felicidad. Busco aprendizaje, plantearme cuestiones que igual no se me habían ocurrido.

—Y hablando de aprendizaje, ¿cómo fue tu proceso de formación para contar historias?

—A mí me hicieron escritora, narradora o creadora de historias, todas las personas que desde que dormía en la cuna me daban a diario palabras en forma de cuentos, en forma de canciones. Tuve la suerte de que me cantaran el Romancero Viejo castellano. Conocí muy pronto a Gerineldo, a los infantes de Lara, a Don Bueso… Con ese material que me daban cada noche de canciones y palabras hacía mis propias historias. Cuando ya aprendí a leer pues leía lo que me gustaba. Fui una niña que tuve la suerte de tener muchos cuentos, de tener padres que leían y que siempre que quería un libro de cuentos me lo compraban. No tenía que esperar a una fecha especial. Los autores y autoras de esos libros, así como los anónimos de leyendas y romances, esa amalgama, es lo que me hizo primero lectora y luego escritora. Lo cual no quiere decir que no haya niños que vivan en una pobreza extrema y que luego desarrollen extraordinarias obras literarias. Es el caso por ejemplo de William Saroyan, que con ese material de leyendas y canciones que le contaban su madre, su abuela, y la gente de su entorno, se convirtió en un gran escritor. Lo mismo sucede por ejemplo con Miguel Hernández gracias a un profesor se convirtió en quien es, para mí, el mejor de todos los de la generación del 27, que son unos ripiosos. Es muy importante también saber leer en las caras, no solo en los libros. Saber descubrir que detrás de una cara muy risueña puede haber mucha tristeza o detrás de una carcajada mucha amargura; que una manera de caminar y respirar significa desánimo, fatiga mental, por mucho que la persona vaya intentando pisar fuerte. Hacerte escritor es mucho más fácil que hacerte pintor o músico. ¿Por qué? Porque la herramienta del lenguaje no la tienes que comprar, es tu lengua materna, solo tienes que saber utilizarla. Como decía Faulkner: un lápiz, papel y un poco de whisky. Aquí un poco de cerveza, que no se te suba a la cabeza. Para escribir puedes no haber ido a la escuela y dominar el lenguaje. A mi cuando me piden consejo lo único que digo es que no traten de imitar a nadie, que escuchen su propia voz, que piensen qué es lo que quieren contar, lo que les gusta, lo que les aborrece. Si te gusta Harry Potter y lo imitas te va a salir un churro. Que no copien.

—¿Sigues algún método para escribir tus novelas, cuentos, etc.?

—Como te dije antes, lo que escucho, lo que me cuentan, lo que leo o lo que sueño, todo esto puede hacerme pensar en una historia que quiero contar. Entonces esa historia la llevo a todas partes siempre: me ducho con ella, me baño en la playa con ella, hago croquetas con ella, recojo el friega platos con ella. Cuando creo que el material que tengo en la cabeza es suficiente, cuando la historia es sólida, robusta y está organizada, entonces ya me pongo delante del cacharro del ordenador. Luego el paso cerebro mano es muy rápido porque ya sé lo que tengo que contar. Así no tengo que estar torturándome. Veo la historia. Sí me puede pasar que un personaje que en mi cabeza lo llenaba todo se me esfuma, se me pierde en la niebla, y sin embargo ocurre que alguien más débil, me invade y se convierte en el principal agonista. No me gusta hablar de protagonistas. Son todos agonistas, todos actúan y tienen la misma importancia.

—Ya me has dicho que no te gusta dar consejos, pero si te lo pidiera alguien a quien le gusta escribir y se traba o se bloquea, ¿qué le dirías?

—Que no se torture que ya saldrá la historia. Que siga pensando en ella, que le dé vueltas, que la cambie, que haga autocrítica, que se pregunte qué es lo que le bloquea. Puede ocurrir que sea algo que estorba en la propia narración y que tiene que suprimir. A la gente no le gusta mucho romper y destruir. A mí me encanta.

—O sea, que tu proceso de reescritura y tachado no es sufrido.

—Nada, nada. Cuando termino lo dejo dormir una semana y luego lo releo. Lo que también hago es ir tomando muchas notas en cuadernos. No sé cuántos tendré llenos, quinientos o así. A veces ni entiendo la letra.

—¿Qué crees tú que es necesario para evolucionar?

—Estar en el mundo, estar en la vida, que todo te interese, que no te deprimas y que todo te oprima, no perder el interés asombrarte como se asombras los niños, querer aprender algo todos los días, por lo menos una palabra nueva.

—¿Cuál aprendiste hoy?

—Mira, por ejemplo, hablábamos de la palabra “invidente”. No me gusta nada esa palabra, es una estupidez, es un eufemismo horrible. Creen que es más suave que ciego. Caecus en latín es ciego e invidente es el que mira mal, el que mira torcido, no el que no ve. Y de ahí viene envidia y envidioso, que es el que te mira mal y te echa mal de ojo. Hay que decir ciego.

—¿Qué escribes ahora?

—Me estoy documentando para una historia de mujeres en guerra.

—¿Y cómo es tu proceso de documentación?

—Leer historia de la Guerra del 14 y de la Guerra del 45. No para hacer una novela histórica sino por documentarte y saber cómo eran los trenes, la vestimenta, el panorama y no meter la pata. Por ejemplo, hace poco tuve que dejar de leer una novela que me estaba gustando de un hispanista inglés. La historia se desarrolla en Castilla durante la guerra de los Trastámara y hay un momento en el que a un grupo de soldados les sirven una tortilla de patata. Chica, antes del descubrimiento de América no sé de dónde habían sacado las patatas. Yo a ese señor ni hablar, después de meter la pata de esa manera, de ese error tan de bulto, no lo seguí leyendo.

—Cuando terminas una novela, ¿tienes dificultades para encontrar quién te la publique?

—Normalmente no, pero ahora todo el mundo va a tener dificultades porque no hay dinero. Todos deben a todos.

—¿Crees que leer a la vez que se escribe puede ser perjudicial?

—A mí no me influye. Yo estoy leyendo siempre. Si no leo una cosa leo otra. Me gusta mucho leer libros de historia y de medicina.

—Tienes premios nacionales de narrativa importantes y, además, el reconocimiento de tu comunidad. ¿Cambia el trabajo respecto a cuando eras anónima?

—No me influyen los premios. Los recibo contenta, solo faltaba, pero no siento que luego tenga una responsabilidad a la hora de escribir.

—¿Y tienes expectativas de nuevas distinciones literarias?

—Últimamente no me presento a premios. Tal vez algún día.

—A nivel general ¿estás satisfecha con lo que has ido publicando?

Yo procuro hacer el trabajo lo mejor que puedo porque pienso que este instrumental de la lengua no es una propiedad privada mía, sino que es un bien de la numerosísima comunidad que utiliza el castellano. Por eso procuro utilizarlo lo mejor que puedo y si logro mejorarlo y darle brillo y esplendor mejor. Lo que no me gustaría sería estropearlo o utilizarlo mal. Por ejemplo, no quiero utilizar invidente como ciego.

Foto: Marcos León

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