Pena las Aguas. Capíotulo 13

Las fronteras siempre se levantan por motivos enrevesados. Geográficos unos, económicos los más, inescrutables otros. Por latitudes leonesas los territorios son delimitados a larga distancia, desde bufetes que por turnos manejan el circulante y el cotarro de la ideología provinciana. Suelen encargar los límites a expertos por completo ignorantes del terreno. Después, una mano provista de sello de 24 quilates coge carrerilla y firma el visto bueno. Comienzan acto seguido a tenderse las alambradas de la cultura.

A ver si me explico. Por escasos metros, este foco de intelectualidad prehistórica ha sido dejado fuera de la Reserva de la Biosfera de los Ancares Leoneses, promovida por la Unesco. Ciertamente la exclusión no tiene demasiada importancia, pero menos hubiera dado una piedra en cuanto a publicidad. La Unesco es en origen un camelo, avanzadilla de negociantes sin escrúpulos, su esencia pretende la paz universal mediante la educación y alfabetización. ¿Qué tipo de educación, de credo?, ¿por ventura los vanuatu, los yanomami, los bosquimanos o los bembibrenses necesitan un adiestramiento occidental? Pero esta es otra historia. También quedó tras la alambrada del saber, más valiosa que las pinturas porque es una manifestación mucho menos frecuente, la arboleda existente bajo ellas, de Prunus lusitanica. Tal parcela de laurisilva es una reliquia a nivel mundial. Es casi como tener un dinosaurio en el jardín. No sé por cuál milagro ha sobrevivido un reducto del bosque nuboso subtropical predominante en el planeta hace veinte millones de años. Rareza botánica, cualquier país avanzado la protegería, comprendería y fomentaría su recuperación con repoblaciones autóctonas. Claro está, para nada  sirven semejantes armatostes improductivos, como no sea darle latazo al técnico, distraer en ellos los dineros legítimos del consejero. Lo ideal es dejarlos como están, en la inopia. Con suerte quizás desaparezcan antes incluso de estudiarlos. Relaman y relaman los incendios el perímetro de loureiros hasta finiquitarlo. Pero esta es otra historia.

Febrero de 2008. ¿Porqué la gallina cruza la carretera?, por el mismo inexplicable motivo que alguno piratea garabatos antediluvianos. He vuelto a Peña de las Aguas ya demasiadas veces. En voz nativa suena más poético: Pena das Augas. Lugar del olvido total. No termino de acostumbrarme: al cruzar a rastras los pasadizos escolingados en el vacío, la mochila atestada de bártulos, siento un rigor mortis en los bajos; peor todavía, cada vez que acometo tal aérea singladura, aunque lo llevo muy apretado noto cómo crece pelo en el culo.

 Copio poquito a poquito, recopilo en una labor de chinos. Es un sistema trabajoso, pero da más frutos que los programas informáticos basados no ya en fotografía digital sino en video tridimensional. Teclas, pantallas, dispositivos electrónicos, despachan una catalogación en media hora. Buenos, bonitos, baratos, veloces, esconden el inconveniente de alejarte rápidamente de la fuente,  apartarte del núcleo antes de asimilar dónde estás. Sería patético que este asunto consistiera sólo en mirar sin ver, en clasificar, hacer estadística. Mientras te concentras pausadamente en cada signo, puede venirte un pronto como a la beata Catalina, por descabellado que sea, y así ofrecer al menos una lectura. Verbigracia, aquí todos los antropoides  son bípedos, excepto dos enanos de apenas nueve centímetros que por manejar una tercera “pierna” o pollón fueron deportados a lo más perro del exterior. ¿Podrían en consecuencia los retratos representar mujeres? Esa actitud con los brazos en jarras, desafiante, temible, es típicamente femenina, al menos con esos aires desentierra el hacha mi suegra.

Delineado mediante 79 puntitos, preside la entrada del abrigo un ídolo tuerto con una cruz ungida en la frente. Vigila con su único ojo, pupila batracia que atraviesa las entrañas hasta desnudarte el corazón; a la derecha, le acompaña un grupo de secuaces. El plantel se repite inmediatamente por debajo, pero en sentido contrario: los humanoides están a la izquierda del ídolo, igualmente delineado con puntos y ungido de cruz, aunque para superar al colega ostenta cuatro ojos; pegadas al ídolo, tres barras (la barra simboliza el alma). La traducción de las viñetas pudiera ser: la Inmortalidad custodia los espíritus de este clan. La cruz es precursora de todos los signos, fue ideada en la noche feliz de los albores, cien mil años antes de nacer  el cristianismo. A efectos mágicos y hasta donde se le puede seguir el rastro en las más disímiles civilizaciones, la cruz significa inmortalidad. En la práctica es distinto, sus brazos aúnan tanto como separan, hermanan y al mismo tiempo cainizan.     

Un detalle pasó inadvertido hasta emprender el regreso, tan importante o más que las propias pinturas, pues determina la fuerza que encierran. Toda esa teúrgia de diablas y ángeles rojos, fluye por el aire y por el subsuelo y se materializa en el cercano bosque. La poderosa energía modela los árboles, los martiriza con portes poco naturales, retorciéndolos, contorsionándolos. Las demandas de la Pachamama, sus miedos, convicciones, maleficios, siguen tomando cuerpo pese a los milenios transcurridos.

 

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