Penachada. La Cuevona. Capítulo 19

Junio de 2008. Aunque traído muy por los pelos al asunto prehistórico que nos compete, creo necesario dejar constancia de un sucedido, porque da idea de la singularidad de San Pedro Mallo. Quizás lo propicie la geografía, el emplazamiento sobre una alta loma que se alarga como la cubierta de un buque encallado en el cosmos, imán de arcanos. Pues bien, el otro día aparqué a la entrada, ordené en el macuto la impedimenta para el trabajo sobre las pinturas, y suela. Casi había atravesado las breves callecitas, cuando noté el olvido del mechero. Di media vuelta.  Cerca  de  donde  dejé calzado con dos ladrillos el bólido, me crucé con un anciano, de melena cana cayéndole en los hombros y largas barbas blancas, que apoyaba los andares en un bastón. Le deseé buenos días, devolvió el cumplido con mucha cortesía, pero no nos detuvimos. Él iba a lo suyo urgente, yo a la emergencia de la cachimba. Entonces, gracias al tabaco con tropezones que despertó a la neurona, caí en la cuenta de haber saludado nada menos que a Catafilo, el judío errante. Aceleré tras sus pasos para interrogarle, pero no acerté en parte alguna, ni en las callejas ni en los alrededores. Como el lector de La Nueva Crónica es, además de leal a la inteligencia, desconfiado, intentaremos en lo posible razonar el caso.

En marzo de 1988, publiqué un reportaje en el desaparecido semanario Aquiana, sobre el valle de Salientes, próximo a San Pedro. Refería en él una leyenda, transcrita a continuación tal y como la conservo grabada en casete.  “Cosas de la tatarabuela, en paz esté, ¿sabes? E… eé. Decía que un mozo forastero, pues…, vamos, que apareció en Braña la Pena, donde apacentaba los ganados una moza pastora; y se conoce que él, pues claro, quería sus favores, ya me entiendes… ¿comprendes? Con engaños la fue llevando, llevando, al Llano del Abedul, un poco más allá, a la Boquetina, hasta el pico de la peña la llevó. Y al ver que no pudo…, vamos…, ya me entiendes… ¿comprendes?, pues la arrojó al vacío. Y claro, la moza faltó, y faltó y faltó. Las gentes se echaron a buscarla. Encontráronla muerta, claro, en la llera que se ve ahí, ¿sabes? Y me decía la tatarabuela (son cosas que no se pueden creer), e… eé, decía que cuando traían en la parihuela el cuerpo de la pobre, ¡tate, tate!: la sangre corría sólo hacia las manos del asesino (son cosas que parecen mentira). Porque fíjate, el malvado iba también en la partida de busca. Por eso lo descubrieron. Y después, pues lo llevaron a  presidio, muy lejos. Luego, contaba ella, qué sé yo los años que pasarían, estaban lavando unas mujeres en la fuente el Campo, donde más tiempo da el sol de invierno, ¿comprendes?, cuando llegó un viejo muy viejo, con las barbonas blancas ya del todo y la melena blanca, blanca, preguntándoles qué peña era aquella sobre la que brillaba el sol. Ellas le respondieron que la del Valdiglesia, y entonces él dijo:

Valdiglesia, Valdiglesia…   
 
nunca yo te conociera.

Por haberte conocido,

tengo el alma prisionera.
 
Sin decir una palabra más, el barbudo cogió la cuesta la Reguera, e… eé, y a medida que iba subiendo se oían los grandes alaridos que daba, porque, ¿sabes?, por su crimen lo condenó el cielo a errar eternamente por estas laderas, ¿comprendes? De tarde en tarde hay quien ha visto al viejo, o escuchado sus alaridos allá en las breñas (son cosas que no son de creer, si no las mamas). Esta es la historia. ¿Le funcionó el aparato?”

Una versión que nos conduce al judío errante, a quien he saludado  precisamente en San Pedro, imán de arcanos. Su aspecto era achacoso,  casi acabado,  de donde podemos deducir que la ruta de Catafilo pasa por aquí en dirección al Valdiglesia, en el cual ha de sufrir penitencia en forma de anciano barbudo. Todo indica que el universal errante enfermará de vejez, morirá en estas laderas y en estas laderas resucitará con apariencia joven, reiniciando su peregrinaje por el orbe. Y ha de regresar a estos pagos cada vez que envejezca, a penar el crimen de la pastora, a morir y resucitar, así por los siglos de los siglos hasta la parusía de Cristo. Amén.

 

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