Kieślowski: No amarás

Kieslowski
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Kieślowski es uno de esos directores que si no hubieran existido, habría que inventarlos, porque su cine es único, especial, tal vez poco conocido en los ámbitos comerciales (como suele ser habitual) pero de una elegante y provocadora belleza. Un director de culto, quizá, que nos obsequió películas tan brillantes (nunca mejor dicho) como su trilogía, La doble vida de Verónica o No amarás, a la que le dedico estas palabras.

Quienes no conozcáis su cine, os invito a que os deis un paseíto por su breve y excitante filmografía: allí encontraréis un saber hacer y decir al alcance de muy pocos. Una estética visual y sonora que deleita nuestros sentidos. Señalar, cómo no, las sobrecogedoras bandas sonoras de sus pelis, debidas a otro grande, en este caso también polaco, Zbigniew Preisner, que por fortuna sigue vivito y coleando.

Como dije, cuando escribí una reseña a propósito de La ventana indiscreta, de Hitchcock, siento devoción por No Amarás, del director polaco Kieślowski, que nos ofreció esa magnífica trilogía dedicada a los colores de la bandera francesa: Azul, Blanco y Rojo, y cuyas bandas sonoras compuso el genial Preisner. De estas tres, me encanta sobre todo la originalidad argumental de Blanco, aunque reconozco la magia de Azul y la fuerza de Rojo.
 
En cuanto a Krótki film o miłości, que así se conoce a No amarás en versión original,  es una ampliación del sexto episodio (y una variación sobre el sexto mandamiento «No cometerás adulterio») perteneciente a El Decálogo, compuesto para la televisión por el propio Kieślowski, aunque el final para la peli está cambiado con respecto al final para televisión.

No amarás, al igual que La ventana indiscreta, se desarrolla en un vecindario, en este caso de Varsovia,  y también nos muestra cómo un jovencito huérfano (supongo carente de afectos) se dedica a vigilar, a través de un telescopio, a  una sensual señora.

La historia nos cuenta cómo un voyeur o mirón, llamado Tomek,  aprovecha la noche para fisgonear a la bella Magda, su vecinita de enfrente, a quien espía con su telescopio, cual si estuviera visualizando un peep show gratuito, hasta que llega un momento que, de tanto espiarla, y ver que ella no es correspondida como se merece por sus amantes noctámbulos, Tomek la llama por teléfono para escuchar su voz, le manda falsos avisos de Correos -donde trabaja él-, incluso se hace repartidor de leche para verla, mientras sigue acariciándola con la mirada, deseándola con todo su espíritu.

Una noche, Tomek opta por el silencio telefónico, pero a la siguiente le explica (a su amada del alma) que la está viendo, que la tiene controlada, que la ama… La espléndida Magda se enfurece -aunque todo apunta a que saciará sus gustos, poniéndosele a tiro de tele-objetivo-, se lo cuenta a su amante, al que está con ella en la cama en ese momento, quien también se pone bravucón y sale a la calle para retarlo e invitarle a que salga de su guarida. El joven, decidido, sale a la calle, y sin oponer resistencia, se deja golpear por el señor amante de Magda.

A partir de ese momento, la espectacular Magda comienza a interesarse por el joven mirón. Y es entonces ella quien pretende consolarlo. “¿Quieres besarme? ¿Quieres hacer el amor conmigo? ¿Qué quieres de mí?”, le interroga. “La quiero, la amo”, le responde el muchacho. “¿Qué sabes tú lo que es el amor?”, le espeta ella, con la sonrisa en los labios. Al final, el jovenzuelo se enamora locamente de la erótica señora, pero ésta, maleada y aun habituada a que el amor se resuma a un polvo, nomás,  lo trata como a cualquiera de sus amantes, dejándose tocar los muslos, la entrepierna (escenas de gran y precioso erotismo), mientras él permanece sentado, vestido, sin que en ningún momento se lleve la mano a  su bragueta, ella se deja sobar  hasta lograr que el muchacho «se venga». “Esto es el amor, el amor es un orgasmo”, le dice más o menos ella. Ante lo que él reacciona de un modo impulsivo, abandonando con premura la casa.

El joven e idealista voyeur acaba cortándose las venas, precisamente por amor, y aunque se repone del intento de suicidio, ya nada será como antes. Así es la vida, incluso en la ficción. Qué terrible.

Ésta película, al igual que La ventana indiscreta, es una reflexión sobre el cine mismo, donde los espectadores miramos al joven voyeur, que a su vez espía a la mujer.

No os la perdáis, os encantará.

Manuel Cuenya

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