Calle Mayor

Calle Mayor (1956) y Muerte de un ciclista (1955) son las indiscutibles obras maestras de Juan Antonio Bardem, un cineasta genuino, comprometido con la sociedad de su tiempo y militante del PCE desde los años 40, lo que le procuró algún que otro disgusto, por ejemplo, cuando estaba rodando Calle Mayor, en Palencia, fue detenido por la Brigada Político-Social. Tras pasar dos semanas en la cárcel, acusado de un absurdo delito de opinión, el cineasta consiguió ser puesto en libertad, gracias al apoyo del sindicato francés de trabajadores cinematográficos, que impidió que Bardem fuera sustituido por otro director. Cabe recordar que Calle Mayor es una coproducción hispano-francesa. Por eso intervino el sindicato francés.

Pasado el susto, y reanudado el rodaje, la peli abandonó la ciudad de Palencia como escenario -donde se habían filmado planos de la Calle Mayor- y se optó por la ciudad de Cuenca (bien reconocible) y la ciudad de Logroño, donde se rodaron las tomas de los soportales.

La Calle Mayor, que da título a la peli, es en la actualidad la calle Portales de Logroño, donde puede verse una placa como recuerdo del rodaje de esta emblemática cinta, coproducida por los españoles Manuel J. Goyanes y Cesáreo González, y el francés Silberman (productor de varias pelis de Buñuel y Kurosawa), cuyo coste no superó los tres millones de pesetas.

Como anécdota, cabe decir que los productores de Calle Mayor, pasándose por alto la censura, hicieron llegar clandestinamente un negativo de esta peli a París, donde los miembros del comité seleccionador del Festival de Venecia pudieron verla, y acabaron dándole el Premio de la crítica de este prestigioso Festival Internacional de Cine, incluso estuvo a punto de lograr el León de Oro, que ese año se declararía desierto. Asimismo, fue elegida por la Academia española para representar a España en los Oscar, pero finalmente no obtuvo el preciado galardón. Asimismo, el Jurado de Venecia -constituido por Visconti y Bazin, entre otros- otorgó una mención a la actriz Betsy Blair. Lástima que no le otorgaran el premio porque en la copia exhibida en Venecia estaba doblada por Elsa Fábregas.

En todo caso, Calle Mayor está reconocida como una de las 50 mejores películas europeas de la historia del cine. En Madrid, el estreno, en enero de 2007, fue “una fiesta del rojerío de la época», recuerda el director.

Tras superar diferentes escollos en la Comisión Superior de Censura, con los consiguientes cortes y adiciones que acabaron diferenciando la copia exhibida en España y en Francia, Calle Mayor logró estrenarse en nuestro país con un relativo éxito de público a pesar de su indudable repercusión en el exterior. Cabe señalar que se eliminaron las reiteradas referencias visuales a seminaristas y monjas, también se suprimieron las escenas de amor excesivo, y se suavizaron algunos detalles que iban contra el tradicional inmovilismo provinciano.

Algunos críticos consideran que Calle Mayor es aún mejor que Muerte de un ciclista, pues Calle Mayor alcanza un notable equilibrio entre los aspectos estilísticos y los temático-narrativos, un equilibrio entre la crítica social y el drama personal de una mujer soltera. La verdad es que no sabría por cuál decantarme, porque ambas son magníficas e imprescindibles para entender lo que somos, de dónde venimos y adónde estamos parados, que diría un hispanoamericano, para entender, en definitiva, la España mísera de posguerra de los años 50: una miseria sobre todo moral de aquella negra época franquista, que se nos muestra a través de una pequeña ciudad de provincias por cuya Calle Mayor desfilan personajes mediocres, oprimidos y reprimidos, marcados por el tedio, la monotonía, el vacío existencial y la falta de horizontes. Así nos lo transmite Bardem durante los primeros minutos de esta inquietante película, que adquiere ritmo a medida que nos aproximamos al desenlace, a ese sobrecogedor plano final, que consigue la máxima intensidad.

Tanto en Muerte de un ciclista como en Calle Mayor, Bardem se aproxima al cine de Antonioni en la forma de filmar a sus personajes, siempre angustiados, aburridos. Ambos manejan, de un modo magistral, los silencios y un tempo que nos invita a recrearnos en la angustia y el tedio existenciales.

Calle Mayor desprende un tono casi documental en cuanto a que es un fiel retrato de los ambientes, personajes y costumbres de la época de los 50. Y por tanto una clara denuncia al anquilosamiento social y cultural, a la misoginia (la mujer como objeto), a la prepotencia, a la estupidez humanas. Tiene como ciertas reminiscencias con La Regenta, de Clarín, que es una novela decimonónica sobre lo provinciano («el sonido de la gran campana -dice la voz en off en el prólogo de Calle Mayor- inaugura ya el aire aún dormido de la ciudad. Después viene otra vez el silencio, y, en él, el rumor de la escoba municipal poniendo a punto para el día la Calle Mayor».

La película comienza con una voz en off y una panorámica que nos habla y nos muestra respectivamente una pequeña ciudad de provincias. «Una ciudad cualquiera en cualquier provincia de cualquier país». Con este preámbulo -impuesto por la censura- se diluye el drama. Es como si se tratara de evitar lo evidente de la realidad social en la que vivía inmersa España. «La historia, que está a punto de comenzar, no tiene unas coordenadas geográficas precisas. El color del pelo o la forma de las casas, los anuncios en las paredes o una manera determinada de sonreír o hablar no deben ser una forzosamente una bandera concreta para envolver a estos hombres y mujeres que van a empezar vivir delante de nosotros». La utilización de una voz en off, al comienzo de las películas, es algo propio del cine de los años 50 en general y de la obra de Bardem/Berlanga en particular. Véanse, entre otras, Bienvenido Mr. Marshall o Cómicos.

Con argumento, en apariencia sencillo y anecdotario, basado en la obra teatral de Arniches, La señorita de Trevélez y en clara referencia a una película de Fellini titulada Los inútiles (I vitelloni, 1953), Bardem construye una narración que nos mete de lleno en los entresijos del ser humano y nos muestra una sociedad machista, intransigente.

Unos «señoritos de casino” de una ciudad de provincias cualquiera se entretienen en hacer bromas macabras para combatir su aburrimiento. Entre estas bromas está, aparte de la del comienzo con un ataúd, la que le gasta Juan, un tipo insensible y falto de escrúpulos (interpretado por José Suárez) a Isabel (interpretada por la estupenda Betsy Blair), que encarna a una chica de  35 años ingenua, risueña, elegante, soltera y atractiva, que se ilusiona con el amor de este gamberro.

Como anécdota cabe señalar que Betsy Blair fue una actriz americana -casada con el liberal y progresista Gene Kelly-, que emigró de USA a España por ser simpatizante del Partido Comunista, o sea por encontrarse incluida en la lista negra americana. Betsy Blair acababa de ganar en Cannes el premio a la mejor interpretación femenina por su papel en Marty (1955), de Delbert Mann, y había calado hondo en Bardem desde que la viera años atrás en el filme de Cukor, Doble vida (1947), que prácticamente supuso su debut en el cine. Una gran actriz con una corta carrera cinematográfica, que desarrolló fundamentalmente en Europa, donde se casó con el realizador británico Karel Reisz. Conviene señalar también su actuación en El grito (1957), de Antonioni. Su última aparición en el cine fue en una película de Costa-Gavras, El sendero de la traición.

Calle Mayor aborda temas que Bardem ya había venido desarrollando en otras películas suyas anteriores: el egoísmo versus la solidaridad, la mentira versus la verdad, el carácter simbólico de sus personajes (Juan se llama igual que todos los protas de sus pelis de esa época, y encarna al español medio, aunque perfilado con menos profundidad psicológica que el Juan de Muerte de un ciclista), Isabel es como una metáfora de la España anclada en el abandono y la mentira, Federico (interpretado por el actor francés Yves Massard) como ejemplo de conciencia, la denuncia de la alienación religiosa, la crítica de la burguesía o clase media provinciana… 

Destaca Calle Mayor por su puesta en escena. Sobresalen, por planificación y montaje, algunas secuencias como el encuentro de Isabel y Juan en la catedral  o cuando Federico le revela la verdad a Isabel en el salón recreativo. Y por supuesto el plano final, sobrecogedor. 

Bardem, para contarnos su historia, emplea sobre todo planos medios, planos americanos, planos generales, planos contraplanos, y en algunas ocasiones primeros planos, sobre todo con Isabel, para hacernos sentir, como espectadores, las emociones de la prota, como cuando se mira al espejo sonriente, cuando la vemos reírse después de besar a su galán, o cuando Isabel se entera, al final, de que todo es una farsa, una broma de mal gusto. Un momento demoledor expresado a través de un primerísimo primer plano en el que se nos muestra su inmensa tristeza. En lo referente a las transiciones, destacaría los fundidos a negro.   

El reparto actoral es excelente (impresionante composición del personaje de Isabel por Betsy Blair). También destacan el actor francés de culto Yves Massard, cuya carrera se inició de la mano del maestro Jean Cocteau, la exuberante Dora Doll (Tonia) o la actriz de origen ruso refugiada en Francia, Lila Kredova (Pepita en Calle Mayor, e inolvidable su papel en Cortina rasgada, de Hitchcock o en Zorba, el griego, por la que recibiera un Oscar).

A título anecdótico cabe mencionar la colaboración de Fernando Rey doblando la voz del actor francés Yves Massard y la participación de María Gámez como madre de Isabel (Betsy Blair). María Gámez había sido La señorita de Trevélez en la versión cinematográfica que dirigiera Edgar Neville en 1935.

Los diálogos de Calle Mayor son buenos, la foto en blanco y negro, a cargo de Michel Kelber (otro ruso refugiado en Francia) es arriesgada en su búsqueda de la profundidad de campo, pues muchas escenas se desarrollan ante ventanales, de modo que logramos ver con “relativa” nitidez tanto los primeros objetos y personajes enfocados como los más distantes. Por otro lado, la simbología está presente a lo largo de todo el film: pájaros enjaulados, trenes que se van…, que por fortuna logró burlar la censura imperante.

Para finalizar esta reseña, podría hacer una mención especial a los silencios y la música de la banda sonora, cuyos responsables son J. Kosma e Isidro B. Maiztegui, sobre todo la importancia que tiene ésta a partir de la segunda mitad de la película. En la última escena, por ejemplo, se emplea una música que nos intriga.

Manuel Cuenya

 

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