Las calles de Rodanillo

Cuando voy a mi pueblo, Rodanillo, suelo dar paseos nocturnos a unas horas en que ya todo el mundo se ha retirado a descansar. Siento entonces un placer especial y pleno; en soledad, bueno, no tanto, porque me acompañan mis recuerdos, que a veces vienen de uno en uno y a veces en racimo, como los besos y las cerezas.

 Mis momentos predilectos coinciden con la menor presencia de gente en el pueblo; y cuando lo cuento a mis amigos, sabedores de que los ausentes son ya mucho más numerosos que los presentes, nadie me entiende.

– Y con quién hablas, me preguntan.

– Con mis recuerdos, con las personas que ya no están; y a veces, añado aquellos versos de Lope de Vega: A mis soledades voy/de mis soledades vengo/porque para estar conmigo/me bastan mis pensamientos.

Lo hago siempre y a veces en días seguidos; nunca me canso, aunque el abanico de los recuerdos se repita.

En esos paseos he llegado a descubrir que con gran sorpresa que no siempre iba solo; sucedía junto al pozo del concejo donde oía ocasionalmente cuchicheos que cesaban conforme me iba acercando, hasta que descubrí que eran las calles, mejor dicho, sus nombres, los antiguos y los nuevos. Tardé en conseguir su confianza y en que compartieran conmigo sus confidencias. Son unas cotillas; lo saben todo de todos; de los vivos y de los difuntos. ¡Si yo les contara!

Pero hoy me voy a ceñir a un tema que las tiene indignadas y que tiene poco que ver con las personas de Rodanillo; algo, pero poco.

Se trata de sus nombres.

Rompió el silencio la nombrada “UELMOS”.

-Se da Vd. cuenta de la barbaridad? ¿Es que los que ponen los nombres no conocen las reglas de ortografía que en su niñez memorizaban en el Miranda Podadera?: ” Se escribe “h” delante de los diptongos /ua/,/ue/, /ui/, tanto en inicial de palabra como en posición interior a comienzo de sílaba. Ejemplos: huevo, hueco, huérfano, huir, cacahuete.”.

– Soy el hazmerreir de todas mis compañeras. Y yo, sin poder hacer nada desde esa esquina de la ilustre casa de los Vega, donde me ve todo el mundo: los del concejo, los que entran en el pueblo, los que van a misa, los del baile del vermut, y hasta los difuntos cuando embocan la calle del olvido, camino del camposanto. ¡Ay, quien supiera escribir! , como decía la novia iletrada de la humorada de Campoamor.

Después de este desahogo al que siguió un breve silencio habló la calle vecina a los Huelmos, la de la Cárcaba:

– Pues mi caso es parecido al suyo. Durante toda mi vida tuve que soportar esa “b” que hería mis conocimientos de ortografía. Pero en la última revisión han enmendado y ahora me llamo Cárcava propiamente. Pero me han cambiado mi dominio de siempre, que continuaba por lo que ahora nombraron calle El Pozo. Así constaba en un azulejo, azul sobre blanco, en la última de casa de la izquierda, ya derribada: la casa de Basilio.

Aún no había terminado de hablar la calle Cárcava cuando la de Saturnino González saltó como un resorte:

– Al menos a ti te dejaron calle, pero mira yo, en el paro. Vd. tendrá algo que decir sobre mi caso, dijo dirigiéndose a mí.

– Pues sí, le contesté muy agradecido; porque Saturnino González era mi abuelo, concejal del ayuntamiento en los tiempos de la segunda república, cuando los pueblos teníamos representación en el gobierno del mismo y voz suficiente para eliminar del presupuesto municipal el arreglo de la campana del reloj, con el contundente argumento de que los pueblos no la oían y que con el sol, la sombra y la luna tenían suficiente para saber la hora. La placa estaba colocada en la esquina de nuestro corredor; aún la recuerdo.

También se quejó la calle Alberque, ahora en el paro, nombre que recibió por la fuente donde abrevaban desde antiguo los ganados. Ahora se llama San Benito, nombre del paraje próximo donde también había una ermita con el mismo nombre, una de mis calles preferidas, no por su nombre, que también, sino por los hermosos corredores que la bordean por la derecha, bajando hacia el alberque. En su fotografía podemos ver unos corredores de probablemente trescientos años de antigüedad .En el soportal se aprecian los troncos labrados donde los vecinos encontraban cómodos asientos en sus raros momentos de descanso. Y el banco de madera de castaño, un poco más cómodo y más elaborado, donde las mujeres, con la cestas de la costura al lado, cosían y remendaban la prendas de vestir deterioradas.

Y la gatera en la puerta por donde los gatos entraban y salían libremente.

Aún no se habían acabado los murmullos de estas calles cuando pidió la palabra la Cantina:

– Pues yo, me dijo, tengo palabras de agradecimiento para los que pusieron las placas con los nombres; me sacaron del anonimato y creo que lo merecía pues una de mis casas era la cantina del pueblo, regentada por Tirso Arias, cantinero simpático y un poco socarrón.

Con el mismo agradecimiento se expresaron las calle Triana, de vecinos muy jaraneros; la calle La Iglesia, por servirle de entrada; la de San Antonio, por el pozo del mismo nombre; y la Bodega, por la que hay en ella; Valdesilos, por la pradera próxima; el Concejo, porque debajo de uno de sus corredores se ha celebrado el concejo desde tiempo inmemorial.

– Y a quién le puedo transmitir vuestras quejas, les pregunté.

– Yo conozco un responsable municipal que admite cualquier petición o reclamación.

– Cómo se llama?

-Aquiencorresponda, respondió una con cara de sabidilla.

– pues copio y concluyo: AQUIENCORRESPONDA.

Benito González González

 

 

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Telegram

También podría interesarte

Destacadas de Bembibre Digital cabecera