«El Circo», este viernes en los ciclos del Benevivere

Un mundo de risas y lágrimas, esto es el tragicómico universo del circo, entrañable y a la vez aislado del resto del mundo, donde la comicidad surge a partir del drama cotidiano de un tipo, en este caso Charlot, que deambula distraído frente a la puerta del circo. Los payasos ya no hacen reír al público y la amazona (Merna) sigue fallando en sus ejercicios ecuestres.

Podría decirse que El circo es su última peli muda, él que nunca quiso realmente que su cine fuera sonoro, porque estaba convencido de que perdía toda la magia y ponía en peligro la pantomima, una de las características esenciales de su personaje, el eterno y solitario vagabundo siempre en busca de afecto y amor. Sus posteriores pelis, tanto Luces de la ciudad como Tiempos modernos, sin llegar a ser del todo sonoras,  sí incluyen elementos sonoros, sobre todo Tiempos modernos, que está entre el cine silente y el sonoro.

Una vez más, debemos recordar que el cine es el arte de contar con imágenes, y en sus inicios era un espectáculo de feria. Como el propio circo, que tanto entusiasmaba a nuestro Ramón Gómez de la Serna, y que Chaplin, el pequeño hombre gracioso, conocía tan bien a resultas de su familiaridad, desde jovencito, con el music hall y los espectáculos de variedades, tan cercanos al mundo circense.  

El circo (The Circus) es una comedia dirigida, montada, producida y protagonizada por el todoterreno Chaplin, quien también compuso y editó el acompañamiento musical original de la misma.

El meticuloso método de trabajo de Chaplin le llevó a construir un circo real para recrear la atmósfera adecuada durante el tiempo que duró la filmación, casi un año, que se extendió tanto debido a diversos incidentes y accidentes que sufrió el elenco así como un incendio en el plató. En ese período Chaplin estaba, además, apenado por el fallecimiento de su madre y herido por el amargo divorcio de Lita Grey, que le procuró verdaderos quebraderos de cabeza y lo dejó casi arruinado. Sabidas son sus aventuras amorosas con jovencitas, las cuales lo acababan poniendo en jaque, entre las cuerdas. A pesar de que El circo fue uno sus grandes éxitos, una de las pelis mudas que mayor recaudación tuvo de la historia del cine, y por la que recibió un Óscar Honorífico, él mismo se encargó de silenciar y ocultar las copias de esta cinta después de su estreno en 1928 en Nueva York.

Geniales y divertidos son  los gags o chistes visuales en que Chaplin se mimetiza con un muñeco mecánico, mientras es perseguido por la policía. Así como la secuencia,  brillante e ingeniosa,  en que vemos a Charlot en la laberíntica sala de espejos de una feria que multiplica su imagen, lo que le permite  huir de su perseguidor. Una escena que tanto Orson Welles como Woody Allen rinden homenaje en sus respectivas pelis: La dama de Shanghai y Misterioso asesinato en Manhattan.

A continuación asistimos a la pista giratoria, sobre la que corre el huido Charlot, causando las risas del público. Resulta trepidante. No menos divertida es la escena en que lo vemos enjaulado con el león. Y casi al final de la peli Charlot se nos muestra haciendo funambulismo sobre la cuerda floja, con el acoso de unos monos que le quitan los pantalones. Se cuenta que fue él mismo quien la interpretó, sin necesidad de un doble, lo que le llevó varias semanas de ensayo y rodaje.

Una vez más, la comicidad de Chaplin se desprende de un equívoco. El vagabundo aterriza por puro azar -mientras escapa de un poli que lo confunde con un carterista-, en un circo ambulante, donde el dueño le ofrece trabajo debido a su espontaneidad y su talento para hacer reír al público. En el circo se enamora de la hija del tirano director del circo, Merna, a quien intenta ayudar, pero ésta, ay, se siente enamorada de Rex, el apuesto trapecista. Al vagabundo no le queda más remedio que hacerse equilibrista, si quiere conseguir a su amada.

El final de la peli se me antoja sublime: la imagen del pequeño y solitario hombre, absorto en su propia desventura, sentado sobre un cajón en el centro del círculo marcado por la carpa del circo, y ese su último gesto dando una patada hacia atrás, al destino, a la vida, a todo, mientras lo vemos caminar por la llanura vacía hacia el horizonte, acaso con la libertad de quien vive y siente (en) en el camino.

Y es que el enamoradizo y transgresor Charlot siempre buscó la libertad en un mundo de caza de brujas, que él mismo sufrió en sus propias carnes.

Manuel Cuenya

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