El museo presenta un libro de 1923 sobre Bembibre como Pieza del Mes

El Museo Alto Bierzo de Bembibre presentó una novela de 1923 como pieza del mes. Se trata de una obra escrita por Alberto López Carbajal y Cortés, “Buen Regalo de Boda” ambientada en una localidad imaginaria llamada Urbefeliz que, al igual que hizo Clarín en la Regenta transformando Oviedo en la literaria Vetusta, enmascara a su Bembibre natal. Este “modesto ensayo de novela relámpago”, como lo subtitula el autor, narra en realidad la llegada de la luz a Bembibre.

En la presentación estuvieron los sobrinos nietos del autor, María Luisa y José Manuel Estévez, llegados expresamente para este acto, quienes donaron el ejemplar original que ha pasado a formar parte de los fondos del museo Alto Bierzo. Entre sus donaciones figura también la pieza del mes de septiembre “Retablo Mayor de la Iglesia de San Pedro”, único testimonio gráfico del valioso retablo que desapareció con el incendio de 1934; además de otros documentos y diversa indumentaria de principios de siglo, entre la que se encuentra un antiguo traje de boda.


LÓPEZ CARVAJAL Y CORTÉS, Alberto Amadeo Manuel.  Bembibre (León), 27.XII.1878 – San Juan (Alicante), 14.XII.1956. Escritor, dramaturgo, periodista y pedagogo.

Alberto vino al mundo en 1878, en el seno de un linaje asentado en la villa del Boeza desde el s. XVII y vinculado desde un principio a la administración y gobierno del señorío de Bembibre. Sus progenitores fueron Eduardo López Carvajal y Áurea Cortés Quevedo. El padre, natural de Bembibre, era hijo de Amadeo López Carvajal y Jesusa Valls Viniegra; y pertenecía a esa vieja aristocracia liberal de tendencia republicana. Eduardo ejerció el empleo de alcaide de la Audiencia de Causas del Ayuntamiento de Bembibre. La madre, oriunda de Villafranca del Bierzo (León), era hija del médico cirujano de Bembibre, Facundo Cortés Asenjo y Expectación Quevedo y Donís.

El abuelo paterno, Amadeo López Carvajal, era hijo de Bernardo López Carvajal y Teresa Álvarez Pérez; de ideología liberal, al iniciarse la Primera Guerra Carlista (1833-1840) se alista en el Ejército de Operaciones del Norte, licenciándose en 1841 con el grado de “sargento primero de caballería”. Regresa a Bembibre y se incorpora como teniente a la Milicia Nacional de León. La abuela paterna, Jesusa Valls Viniegra, era hija del coronel y ex alcalde de Bembibre, Juan Valls López Carvajal y Josefa Viniegra López.

El bisabuelo paterno, Bernardo López Carvajal, era hijo de Bernardo López Carvajal y María Gertrudis López Ibarreta. Tras la invasión de la Península por las tropas francesas ingresa en el ejército del general Castaños, combatiendo en diferentes frentes, ascendiendo a capitán de caballería en 1813. Al finalizar el conflicto armado vuelve a Bembibre y pasa a formar parte del nuevo consistorio bembibrense. La bisabuela paterna, Teresa Álvarez Pérez, era hija del político liberal, Antonio Álvarez Pérez y Teresa Núñez.

Alberto López Carvajal era el último representante de una estirpe de hidalgos zamoranos que hizo de Bembibre la génesis de su grandeza, la cuna de un linaje que llevaría el nombre de la musa del Boeza más allá de nuestras fronteras, por haber engendrado en su seno a militares insignes, hombres de letras, diplomáticos de reconocido prestigio, científicos de renombre, eclesiásticos comprometidos, mujeres célebres… Y como nobleza obliga, nuestro biografiado, tuvo desde la más tierna infancia un destino marcado por la égida de Atenea, diosa de la sabiduría, que le confirió un talento especial para el mundo de las letras, de las artes escénicas y de la oratoria. Cualidades que desarrollaría en el seminario de Astorga bajo la tutela del ilustrado capellán Juan Rocha.

A partir de ese momento su pluma se hace notar en la prensa local y provincial con el seudónimo de El Boeza, nombre del río que baña la fértil vega de Bembibre, llegando a desempeñar los cargos de redactor jefe del El Templario, periódico impreso en Ponferrada (León); redactor de Las Riberas del Eo, rotativo de información Galaico – Asturiano, editado en Ribadeo (Asturias); y corresponsal de Diario de León, noticiario de tirada provincial y de La Mañana, diario leonés independiente, ambos impresos en León.

En Torre del Bierzo (León) trabajó de factor de la estación del ferrocarril; y en Bembibre compaginó la labor docente de Instrucción Primaria, con la de depositario de Fondos del Ayuntamiento (desde el 30 de junio de 1921 al 29 de diciembre de 1947), ocupación a la que renuncia para trasladar su residencia a León, donde pasará casi dos años en compañía de su hermano Eduardo López Carvajal y Cortés

Alberto diseño en 1920 el primer escudo de armas de la villa  “y propuso que en el primero de sus cuatro cuarteles figurase el negrillón, como símbolo de la fortaleza de un pueblo; en el segundo, lo que pueda reconstruirse del palacio del Señor del pueblo, como símbolo de la grandeza; en el tercero, un campo de vides, como emblema de nuestra riqueza vinícola y en el cuarto cuartel, un castaño, simbolizando la gran producción del país”.

Y como clavero que era del archivo municipal de Bembibre (junto con el alcalde y el secretario), organizó en 1921 por encargo del regidor Natividad Rodríguez Álvarez (gran entusiasta de la historia de la villa al igual que Alberto), el compendio manuscrito conservado desde el año 1811 (y que se perdería para siempre el 7 de octubre de 1934 consumido por las llamas).

El Último Carvajal fue el fundador de la Lectura del Soldado en 1921, una asociación cultural con sede en Bembibre, dedicada a promover la lectura, que “hacía llegar a Melilla, a las oficinas de Mayoría de la Policía Indígena”, cartas, libros, periódicos y revistas de la zona, para que se entregasen a los soldados de la cuenca del Boeza, que realizaban el servicio militar lejos de su patria. Consiguiendo con ello que no perdieran el contacto con sus seres queridos y convirtiéndolos por otra parte, “en improvisados corresponsales de prensa”.

Alberto profesaba igualmente una gran admiración por la cultura, el folklore y la historia de su villa natal y era al mismo tiempo, un enamorado de la obra del insigne bardo Enrique Gil y Carrasco, al que definía como el Walter Scott berciano, cuya pluma glosaría tantas veces y cuya novela El Señor de Bembibre era su principal talismán y su fuente de inspiración en la salvaguardia que hacía de los valores de nuestra tierra. De ahí que haya sido uno de los principales promotores de la celebración del centenario de este inmortal poeta y de que sus restos regresasen de Alemania a Villafranca del Bierzo, lo que se colige de una misiva remitida desde París (Francia), el 11 de junio de 1924, por el general de artillería, Severo Gómez Núñez, al manifestar que “la idea de repatriar los restos del ruiseñor berciano fue acogida con entusiasmo por el distinguido escritor, natural de Bembibre, Alberto L. Carvajal…”. 

En su imaginación siempre estaba Bembibre, esa villa a la que enaltecía y reverenciaba como si fuera una ninfa del Boeza, a la que encumbraba con sus crónicas y artículos, y a la que le dedicó como sempiterna ofrenda un “modesto ensayo de novela relámpago” titulado Buen Regalo de Boda, publicado en Astorga, en 1923; y que ha sido la primera novela escrita por un autor nacido en la perla del Boeza. Obra ambientada en 1911, que narra la llegada de la luz eléctrica a Bembibre, villa a la que denomina Urbefeliz y cuyos protagonistas son: Segundo Paz, alcalde de Urbefeliz; su hija, Fe; Carlos Colmenares, ingeniero de Obras Públicas; Petra Pérez, viuda del coronel Servando Aguado; y sus hijos, Purificación y Pío.

A la ardua defensa que hizo del legado patrimonial de Bembibre “se debe la conservación del último vestigio del glorioso pasado de nuestra villa y el último y único recuerdo del Último Templario y de su inmortal cantor don Enrique Gil y Carrasco”, porque las autoridades municipales habían acordado en 1927  la demolición del muro de la épica fortaleza de Álvaro Yáñez.

Hito que se salvó in extremis al conseguir nuestro biografiado el apoyo de Marcelo Macías García, “Delegado Regio de Bellas Artes, que tenía gran cariño a Bembibre, en cuya parroquia, antigua sinagoga, empezó su brillante vida eclesiástica” y que aconsejó a tan incansable valedor “lanzar la idea de erigir en el sitio que ocupa el paredón, un monumento conmemorativo del castillo y de Enrique Gil, autor de El Señor de Bembibre”.

Razón por la cual los bembibrense podemos contemplar aún esas ruinas de leyenda ”que han llegado heridas y maltrechas a nuestros días desafiando las iras inclementes de los siglos”  y que Alberto López Carvajal suponía con muy buen criterio “que formaban parte del ala norte y sostendrían la inmensa fábrica del Palacio del Señor de Bembibre, a cuya señorial mansión se refiere El Ruiseñor Berciano en el capítulo IX de su magistral e inimitable obra, cuando dice…el castillo sito en una pequeña eminencia y cuyos destruidos paredones y murallas tienen todavía una apariencia pintoresca en medio del paisaje que enseñorean…”.

En agosto de 1950 el Último Carvajal deja la Villa del Último Templario para desplazarse a Madrid, donde convive por espacio de tres años con su hermana Luisa López Carvajal, su sobrina Luisa Gago López Carvajal, su marido Manuel Estévez Rodríguez y la pequeña María Luisa Estévez Gago López Carvajal. Ciudad que abandonará para trasladarse a la Residencia de Ancianos Ferroviarios de San Juan (Alicante). Lugar en que se le tributó una cariñosa acogida y donde merced a su apasionamiento por la lectura, a los amplios conocimientos bibliográficos que poseía y a la vasta cultura de que hacía gala, el director del centro le encomendó la organización de la biblioteca y la redacción del boletín que editaban y en el que Alberto solía escribir con el seudónimo de El 17 (por ser su número de residente).

Su vida se apaga en San Juan el 14 de diciembre de 1956, a los 77 años de edad y aquel caballero sin tacha, aquel cruzado de las causas nobles en cuyo escudo campeaba la divisa non vis, sed semper cadedendum, aquel paladín de la pluma que tanto amor profesó a su tierra, duerme para siempre lejos de Bembibre, lejos de las raíces que acrisolaron cada uno de sus actos, lejos de la tierra que acoge y guarda celosamente, como el mayor de los secretos, como el mayor de los tesoros, los sueños y esperanzas de tantos y tantos carvajales de leyenda. Pero el destino embelesado por la justicia ha querido que su obra y su memoria permanezcan inalterables al paso del tiempo. Por ello, en reconocimiento a su labor, el Ayuntamiento de Bembibre, designó con su nombre una calle de la villa.

M. I. Olano Pastor

 

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