Luis López Álvarez, Premio Castilla y León de las Letras 2015. Recuerdos de Bembibre

Haciéndonos eco de la concesión del Premio Castilla y León de las Letras 2015 al poeta, periodista e intelectual berciano Luis López Álvarez, muy ligado en su etapa adolescente a Bembibre, donde su padre, Don Victoriano, fue maestro en las Escuelas del Santo durante los años cuarenta del pasado siglo; insertamos un resumen de la larga entrevista que le hizo Jovino Andina hace seis años, en la que desgrana abundantes recuerdos y vivencias de sus vacaciones estivales en Bembibre y el Bierzo.

“Me embiste el corazón, brama en mi pecho
un toro que olfatea su querencia.
Crece el recuerdo, aumenta la conciencia
y el camino va haciéndoseme estrecho”

De Querencias y quereres (2001)

Poeta autor de Los comuneros y de una larga veintena de libros, entre ellos, Víspera de Europa, Las querencias, Rumor de Praga, Pálpito; del ensayo Conversaciones con Miguel Ángel Asturias o la novela Cóncavo Congo. Periodista en París, allá por los años cincuenta, donde trabajó en la Radiodifusión Televisión Francesa y mantuvo gran amistad con Salvador de Madariaga. Fundador en Brazzaville del Instituto de Estudios Congoleños, además de amigo de Lumumba y asesor de Kabilla después. Funcionario internacional de la UNESCO, con importantes misiones en el Caribe y América Latina. Catedrático de la Universidad de Venezuela, en su día, y de la de Puerto Rico. Ciudadano del Mundo. El libro Raíz y distancia (2010) escrito por Judith Roig, su segunda esposa, puede servir para acercarnos a su densa biografía.

Luis López Álvarez es, en palabras de la presidenta del Instituto de Estudios Bercianos, que le dedicó las “Jornadas de Autor” celebradas en Ponferrada los días 22 y 23 de marzo de 2010, “uno de los intelectuales bercianos con más proyección internacional, pero más desconocidos en el Bierzo”. Sin embargo, ni su ajetreada vida por tantos y tan lejanos países, ni su intensa actividad literaria y de diplomacia cultural le han hecho olvidar su nacimiento en La Barosa el año 1930, ni sus vivencias de niño y adolescente en Orellán, Cabañas de la Dornilla o Bembibre.

Fue con ocasión de esa estancia en Ponferrada, cuando tuve la oportunidad de conversar con él sobre sus recuerdos de Bembibre, donde su padre, Don Victoriano López Rodríguez, fue maestro en las Escuelas del Santo buena parte de la década de los cuarenta; villa en la que pasaba las vacaciones estivales cuando era estudiante en Valladolid, y de la que guarda imborrables recuerdos de esa edad dorada entre los 10 y los 16 años. Un espacio lejano en el tiempo, pero nítido y transparente en su memoria. Una hora de conversación que dio mucho de sí.

-Como le he dicho, tengo raíces fuertes en el Bierzo, puesto que mi madre y toda su familia eran de aquí. Y yo mismo nací también en el Bierzo. Y mi padre, aun siendo extremeño, primo hermano del abuelo de José Luis Rodríguez Zapatero, era el primer enamorado del Bierzo. Yo diría que tengo cinco puntos de anclaje en el Bierzo: La Barosa, donde nací y mi padre era maestro. Orellán, donde también ejerció y del que tengo claros recuerdos de la infancia, porque fue en la época tortuosa de la Guerra Civil. Cabañas de la Dornilla, de donde era la familia de mi madre. Bembibre, donde pasé largos veranos. Y luego Ponferrada, donde he venido mucho teniendo más edad.

Don Victoriano con sus alumnos en las Escuelas del Santo
Don Victoriano con sus alumnos en las Escuelas del Santo

 

-¿Cuándo se inician sus vivencias bembibrenses?

-Estando en Valladolid con mis tíos y mi abuela, yo venía los veranos a Bembibre que era para mí la naturaleza, los juegos, la expansión. Allí vivió mi padre, que era maestro en el grupo de escuelas que había cerca del Santo. Él era un enamorado de las flores y de las plantas, un emprendedor. Tenía un cuadrado pequeño de jardín, donde plantó hierbabuena y se le ocurrió plantar tabaco en un tiempo en que estaba racionado. Una vez secas las plantas, lo elaboraba él mismo y lo regalaba a los conocidos fumadores.

Recuerdo que en alguna ocasión participé a la actividad de su escuela, donde los libros de lectura obligada eran El Quijote y El señor de Bembibre. Ulteriormente dejó de tener escuela en Bembibre y vivió todavía un tiempo allí, teniendo una academia que había fundado con Don José, maestro compañero, y con Don Vere, otro maestro castigado sin escuela por haber sido depurado.

Vivíamos en una casa cercana a la escuela y luego en la última casa que había en ese momento en la carretera hacia San Román de Bembibre, justo detrás del Dancing. El Dancing era todo en el pueblo. Del Bierzo entero venían allí porque era el único lugar en que había una buena pista de baile al aire libre, buena megafonía, y de vez cuanto orquestas y animadoras. Allí, tímidamente, inicié mis primeros pasos de baile. Recuerdo que estaba de moda el pasodoble Islas Canarias.

-Fiestas y juegos

-También recuerdo las fiestas del Cristo, cuando se celebraba el tiro de pichón; y ya después tiro al plato. Venía la gente de Madrid y otros sitios. Y recuerdo, igualmente, los juegos de los niños. El más frecuentado por los chicos era con chapas de las botellas de refrescos. Se metía en cada chapita la foto de un ciclista o de un futbolista con un cristalito encima y un poco de masilla alrededor. Se trazaba con tiza una pista sobre el asfalto de la carretera, cosa harto peligrosa, y se jugaba golpeando la chapa con los dedos. Chicos y grandes jugaban además mucho al fútbol, en una explanada verde llamada Pradoluengo. Y también a los bolos.

Otro recuerdo es de las ferias en la explanada del Castillo [los días 3 y 17 de cada mes], en que venía mucha gente de los pueblos; y de los mercados semanales, todos los jueves en la Plaza Mayor. Y de cuando íbamos a Ponferrada. Tomábamos el tren, incluso los mercancías, y hasta subíamos a las locomotoras, porque algunos factores de estación habían sido alumnos de mi padre en la preparación de sus oposiciones. Y de los tiempos de la vendimia y muchas cosas gratas.

-Recuerdos muy diversos

-Menos grato es el recuerdo del final de la II Guerra Mundial. Estaba entonces de párroco en Bembibre un sacerdote llamado Don Ricardo, que escribía versos muy siglo XIX y firmaba Vatemar [vate Montiel Alonso, Ricardo]. Muy serio y severo, hacía unos sermones tremendos, en que prometía la Apocalipsis para todo el mundo; pero conmigo, por eso de que escribía versos, pues tenía un trato amable. A mí me interesaba mucho seguir las noticias del final de la II Guerra Mundial, y como en casa no teníamos aparato de radio, mi padre le pidió permiso para ir de vez en cuando a su casa a oír las noticias. Aquel verano en que estalló la primera bomba atómica en Hiroshima [agosto de 1945], me encontraba yo en Bembibre, y todo el mundo empezó a especular sobre lo que iban a significar para la Humanidad las explosiones atómicas.

Recuerdo también cuando había aterrizado una avioneta en una explanada entre Bembibre y San Román. Iban todos los niños en panda, corriendo.

Todas las tardes mi padre, que era un apasionado de la naturaleza, hacía que saliésemos a dar un paseo después de la merienda-cena. Paseo que podía llevarnos incluso hasta Albares, o hasta el paso a nivel que había más allá de San Román.

Recuerdo, igualmente, mis primeros baños al aire libre, con mis hermanos y una panda de amigos en el río Boeza, en lugares prohibidos. Un día apareció una pareja de la Guardia Civil que nos corrió de allí. Yo creo que nunca habré corrido tanto en la vida.

Ulteriormente, cuando yo era adulto y vivía ya en el extranjero, volví en ocasiones a Bembibre, porque mi hermana Palmira se había casado, y Richarte, mi cuñado, que era guardia civil, había sido destinado a Bembibre. Un tiempo después falleció, y al quedar viuda Palmira, la visitamos allá por los años ochenta mi segunda esposa, Judith, y yo. [En 1982 enviudó de María Teresa Scaillierez, su primera esposa, en cuya memoria escribió el poemario Elegíaca (1985)].

También recuerdo a Don Vere por la academia en que estaba junto con mi padre. Como era una academia particular, en los veranos preparaban a los estudiantes que debían pasar alguna asignatura en septiembre. Yo también asistía por el verano. Me acuerdo, incluso, de algunos niños y niñas de entonces. Había una niña bellísima -Charito Robinson- que tenía algún origen anglosajón, que llevaba tirabuzones rubios. Bastantes años después, estando yo en París en la Radiodifusión Francesa, un día se presentaron a verme los alumnos que terminaban el bachillerato en el Instituto Gil y Carrasco de Ponferrada, algunos de los cuales eran de Bembibre. Traían como tutor de la expedición al propio don Vere. Yo les estuve acompañando un poco por París e incluso fui con ellos hasta Versalles.

Y también recuerdo que me visitó en París, estando yo en la UNESCO, el pintor Amable Arias, natural de Bembibre. Allí compartimos sobre todo esto que estamos hablando ahora. No hace mucho, su viuda me envió una publicación sobre él.

-¿Tiene usted recuerdos del ambiente minero?

-Sí, cómo no. Mi tío Nicanor, que vivía en Albares, era carpintero de la mina. Hacia 1944-45, mi hermano César comenzó a trabajar como administrativo en la Minero Siderúrgica, en Ponferrada, y la única vez que yo he bajado a una mina fue con él.

Otra cosa que recuerdo es el terrible accidente de tren que hubo en un túnel de Torre del Bierzo en que murió mucha gente [3 de enero de 1944]. Allí estuvo mi padre, en primera línea, porque era un hombre muy voluntarioso. Encabezó el primer equipo de socorro que salió de Bembibre. Él y otros se dijeron: “¡vamos a ver qué podemos hacer!”, y allá se marcharon.

En esos veranos, una buena noche aparecían en Bembibre patrullas de la Guardia Civil a lo largo de la carretera general, que entonces atravesaba el pueblo. A la mañana siguiente comenzaba un trasiego de motoristas y, ya en la tarde, un par de coches lanzaderas. Enseguida la gente sabía que iba a pasar Franco camino de Galicia. Cuando aparecía, unos aplaudían, otros callaban, algunos murmuraban.

-Tiempos difíciles aquellos de la década de los cuarenta, ¿verdad?

-Sí, eran tiempos difíciles y de gran estrechez. Ello hizo que mis padres alquilaran una huertica en la vega del Boeza. Y allí se iba el señor maestro a cavar en la huertica, y mi madre a lavar la ropa en un arroyo.

En esos años el pan estaba estrictamente racionado y no alcanzaba. Para satisfacer sus necesidades, muchos recurrían al mercado negro, el célebre “estraperlo”. En Cabañinas de la Dornilla mi madre tenía unas tierrinas alquiladas y le pagaban el alquiler con trigo. Regresábamos a Bembibre con unas sacas de trigo sobre las caballerías. Llevábamos el trigo al panadero, quien para hacer el pan se hacía pagar a su vez con trigo. Todo esto entre el cuarenta y el cuarenta y seis, cuando yo tenía entre diez y dieciséis años.

-¿Cuándo empezó usted a escribir poesía?

-Desde que tenía siete años escribía aleluyas. Pero escribir versos con intención poemática, digamos, desde los trece años. Estando en Bembibre publiqué el primer poema en el semanario Promesa de Ponferrada. Se titulaba “Campos de mi Ponferrada” (1945).

-¿A quién daba a leer sus poemas?

-Yo tuve en Valladolid dos verdaderos supermaestros, que fueron don Fernando González, poeta, crítico de poesía y amigo de toda la Generación del 27, fue catedrático del Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid y le echaron por ser republicano. Me ayudó mucho prestándome libros y dándome valiosas orientaciones. Y también fue mi profesor Don Narciso Alonso Cortés, quien prologó mi primer libro de versos, Arribar sosegado (1952), y me abrió las puertas de su casa.

-Un hermano suyo, gran aficionado al toreo, era muy popular en Bembibre

-Sí, mi hermano Josemari, que en sus tiempos taurinos firmaba “Cascabeles”. Murió hace años ya. Llegó a torear vestido de luces como novillero.

-Cambiando de tema. Usted es un gran conocedor y estudioso de las identidades culturales. Háblenos algo de este asunto tan interesante

-Sí, el tema de la identidad cultural de los pueblos siempre me obsesionó, y es el que más he estudiado. He vivido siempre confrontando y hasta asumiendo identidades, muy seguro siempre de la mía. Creo que es rasgo esencial de mi carácter el hecho de que instintivamente he sabido valorar las diferencias culturales en Europa. He llegado a África y he sido capaz de identificarme con culturas tan distintas y tan distantes como podían ser las culturas del Congo, hasta el punto de fundar y dirigir el Instituto de Estudios Congoleños. Luego, cuando he estado en América Latina, me ha sucedido tres cuartos de lo mismo, y cuando viajaba como experto de la UNESCO, muchas veces mi trabajo consistía en asesorar a los gobiernos para formulación de sus políticas culturales, para lo que había que tener muy en cuenta el problema de la identidad. Mi tesis doctoral, Literatura e identidad en Venezuela (1991), trata precisamente sobre el problema de la percepción de la identidad cultural de un país como Venezuela, que a partir de los años treinta del siglo pasado recibe el impacto de la explotación petrolera; actividad que hace tambalear su identidad hasta tal punto que muchos autores venezolanos llegaban a preguntarse si realmente tenían una identidad.

-Y para concluir, una última cuestión sobre Bembibre. Como sabe, la villa que usted conoció en los años cuarenta ha experimentado grandes cambios sobre todo durante las últimas décadas. Entre otras infraestructuras, se ha construido un gran centro cultural donde se celebran charlas en las que intervienen poetas, novelistas, cineastas, etc. Estoy seguro que a muchos bembibrenses, que fueron alumnos de su padre o incluso compañeros suyos cuando era adolescente, les gustaría que usted participase en esas “Tardes de Autor”. ¿Qué le parece?

Sí, cómo no. Sería un verdadero placer para mí regresar a uno de mis pueblos. Ya he ido percibiendo, desde lejos, que aumentaba la actividad cultural en Bembibre. Les he dicho también a los amigos del Instituto de Estudios Bercianos que esta exposición que está ahora en Ponferrada debería ir a Bembibre. Está muy bien hecha.

-Pues eso. Dicho queda.

Jovino Andina

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