Cañón de Entrepeñas. Abrigo de Finales. Capítulo 6

Febrero de 1999. Merecería también el nombre de abrigo del Arbideiro -denominación local del madroño-, en honor al heroico y centenario ejemplar que lo custodia, superviviente de mil incendios. O el que le puso su descubridor oficial allá por 1990, Francisco Cebrones Alonso, que haciendo prevalecer el derecho de pernada lo bautizó de los Elefantes, en aras al parecido de los símbolos con el paquidermo. Aunque lo lícito sería no adjudicárselo al reino vegetal ni al animal, sino al sentido común de los lugareños, que eligieron el ancestral topónimo de Finales para este extremo de Entrepeñas. Comparado con los restantes asilvestrados emplazamientos esquemáticos,   representa la placidez, la domesticación de los elementos, el retiro vacacional del chamán. Por las favorables condiciones del terreno, es el único susceptible de excavación; lo confieso a regañadientes, pues serían muy capaces de talar al guardián con tal de conseguir una datación.

No obstante, en nueve años desde el descubrimiento, sólo un arqueólogo llegó, y de rebote. Es triste tanta desidia académica. Los ratones de biblioteca tienen eso, una envidiable sabiduría acuñada en cientos de magníficos libros, pero temblequean a la hora de meterse entre pecho y espalda semejantes caminatas, candil y pico al hombro, para después ponerse a cavar y diñarla de parálisis intestinal. Extravagancias de la deriva genética, el masai africano muere de pena al encerrarlo en el trullo, por una pérdida de libertad para él inconcebible. Sin embargo el ratón de biblioteca leonés (subespecie Mus libris legionensis), si es liberado en campo raso fenece por colapso intestinal; lejos de añorar las rosadas auroras o el cálido céfiro de la sabana,  añora el butacón de la oficina, el aire acondicionado, el aroma de la tinta, la intimidad del váter. Al faltarle inodoro en descampado, le sobreviene el colapso, porque retiene las ganas pudorosamente hasta estoupar.

En la bajada, cerca ya del yacimiento, hay fuente. Bebí con el cuenco de Fina, donde confluyen dos chorros. Uno cristalino y dulce, el de la virtud; otro sombrío y acre, el del pecado. Tomé del ferruginoso, sabe mejor el pecado. Una malvada estrella negra nos dicta a los desgraciados, en las encrucijadas de la vida, elegir a sabiendas el camino equivocado, el peligroso, el que nos rajará en el filo de la perdición. Pero todavía no.

Algunos símbolos de Finales son idénticos a los granadinos de Piedra del letrero, incluso coincide su hermoso color garanza sombra. El enclave andaluz fue estudiado por el eminente Henri Breuil, en 1915, adscribiéndolo al Neolítico. Este científico trotamundos, uno de los pocos sabios verdaderos, dominó biología, arqueología, prehistoria, geología, etnografía. Curiosamente, tal enciclopédico bagaje de ciencia pura, de datos incuestionables, no le estorbó el ejercicio del sacerdocio hasta los 82 años. A quien firma estas líneas le cuesta admitir, porque gracias a Dios es ateo, que  ese arte rupestre clasificado con primor, esos fósiles reveladores de la evolución, esas conductas indígenas diseccionadas, tan ingenuas, lejos de acercarlo a la apostasía consiguieron acendrar aún más su fe cristiana. Los mismos signos que hallamos en este irredento rincón del Bierzo y en Granada, se encuentran también repartidos por las cañadas y altiplanicies de América. Si en principio el detalle pudiera escandalizar, no es para tanto. Está probado hasta la saciedad, la respuesta del intelecto humano a cuestiones cardinales es similar en todo el orbe.

El día es magnífico. Azul celeste tendido, aunque glacial, de una ola proveniente de Siberia. Copié hasta que las manos perdieron sensibilidad, quedaron sarmentosas, tullidas para el dibujo. Sería beneficioso comprar unos guantes de lana, sin dedos que estorbasen al pincel. Estuve hecho un ovillo, tapado con el rebozo, al socaire del viento helado, observando las figuras. Mensajes difíciles de captar, debo tener estrecha la pelvis del cerebro. Les bastaba una sucinta escritura pictográfica para comunicar un afán de vivir, quizás una razón para morir. Miré y remiré los trazos, incomprensibles, carentes de sentido. Tras darle tres tientos a la petaca, adquirieron movimiento… Percibí en la secuencia de cuadrúpedos, reproducción exacta del natural, cómo la pintura vagamente antropoide va mutando en espíritu hacia arriba, hasta convertirse en animal.

Abrumado por la dureza del entorno, don nadie en un reino de titanes, eché el ocioso lapicero a garrapatear palabras. “Verás lo que ya no existe, palparás un aire como hecho de cuarzo. Contemplarás cavernas de pura luz, amaneceres negros. Atravesarás peñas cual si fueran blanda niebla. Conocerás los aullidos del silencio, el avance de sombras aplastantes. Escucharás plegarias atendidas y rezos evaporándose. Al atardecer, de rodillas, suplicarás tu propio nombre. Ven, sígueme, que nada sé, pero saciarás la sed en ríos de ceniza.”

 

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