Penachada. Los Corralones. Capítulo 21

Seis circunferencias  flotan en la pared como argollas de humo rojo. Las figuras circulares se repiten en los yacimientos del mundo desde hace decenas de miles de años, no por capricho o casualidad, sino con un fin bien determinado. Hoy resulta difícil traducir signos tan abstractos, y aún es más difícil acertar, proponiéndose a lo sumo meras hipótesis. La circunferencia, el aro, el anillo, al menos en la prehistoria reciente han estado relacionados con la adivinación, la magia, el cosmos, la protección divina. Estas figuras no pueden estudiarse individualmente, desvinculando unas de otras. El ideograma es un todo, su conjunto compone el pensamiento.

Torneados en el techo los nidos, como iglús de barro, de la golondrina dáurica, otro tesoro del lugar. Guarda gran semejanza con la común, pero muestra una sutil diferencia. Los mínimos cambios morfológicos a menudo resultan inexplicables para la ciencia más allá del perfeccionamiento biológico, es entonces cuando nos rescata la mitología. Resumiendo y salvando variantes, Zeus transformó a la bella Procne en golondrina, facilitándole así huir de su violador esposo, el héroe Tereo de Tracia. A cambio, el dios le obligó a portar sobre su cabeza una diadema de sangre, para no dejar impune el haber asesinado a su propio hijo Itis y habérselo servido asado a Tereo, quien sin saberlo lo cenó gustoso, la misma diadema que han heredado todas las golondrinas dáuricas.

Quién pudiera espiar las ceremonias oficiadas en Los Corralones. Me pregunto si permanecerá aquí la psique de los antepasados. Tengo fe en que perdure la ingenuidad de unos seres solitarios, que en el fondo se saben huérfanos, desamparados en la vasta negrura del universo. Por eso siempre hemos recurrido a dosis de autoengaño, porque no podemos vivir despellejados de creencias. Es aberrante un ánima despellejada, aunque en los tiempos presentes esté de moda la teofobia barata. En este pintoresco país, los acérrimos del ateísmo están bautizados, han hecho la primera comunión, casan por la iglesia, tienen tío obispo, van en procesión, al primer síntoma aciago  ponen velas a las santas, y disfrutarán parcela en camposanto.

 En los estadios primitivos, cuando en el homo germinó la consciencia, redujo la vida a puro azar, a accidente galáctico y caos, a materia, a magnitudes inconmensurables. Paradójicamente, durante su evolución fue desechando tales razonamientos digamos cartesianos, sustituyéndolos por fabulaciones. Pronto comprendió que consolaba más la imaginación que la mortaja del cero absoluto. Inventó un Prometeo civilizador. Desde entonces ha vagado más contento por este huérfano planeta, creyendo que los astros velaban por él, que en las pozas de los arroyos moraban ondinas de belleza henchidas, adjudicándole a los vientos diferentes personalidades, relacionando las entrañas de la tierra con terribles basiliscos, o los cielos con promiscuos ángeles de tetas duras. Y sobre todo, el alivio de tener un asidero, una divina providencia a la que encomendarse en la adversidad, cual si fuera el émbolo de una jeringa cargada de heroína.

Actualmente la directriz está cambiando, intentan devolvernos al primitivismo de un maridaje con las matemáticas. En la astrofísica, en la cibernética cifran nuestra salvación, en la tecnología para colonizar nuevos planetas. No contentos con destruir uno, ya estamos husmeando otros. Nos cuesta trabajo admitir que somos un fracaso, una calamidad diseñada para aniquilar vayamos donde vayamos, condenada a la extinción. Sólo en la capacidad de fantasear podremos evitarla.

Aquí, en el influjo de Los Corralones, oráculo de la nigromancia, me invade el presentimiento de que el Homo sapiens faber con todo su potencial de introspección y especulación, bien nutrido y sin estrés, es la última especie que todavía no ha evolucionado lo suficiente para incorporarse a un planeta en equilibrio. La penúltima especie incorporada fue la rata.

 

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