Estados matrioskas

Surgen nuevos aires de conflicto en la bloqueada Bosnia y Herzegovina al aumentarse las intenciones secesionistas de los serbobosnios. Las anomalías causadas por el reflujo nacionalista no han cesado allí, pero tampoco en otras piezas del puzle que se ha desarrollado en las inestables fronteras de Europa Oriental y del Cáucaso desde la caída del telón de acero.

La materialización de caprichosas voluntades políticas fragmentó Estados y duplicó naciones;  cleptocracias y pequeños países en donde ser una minoría puede ser más difícil que en un antiguo imperio.

La disolución de la Unión Soviética alumbró 15 repúblicas, algunas de las cuales tienen en su seno otros Estados, que sin ser mayoritariamente reconocidos, prácticamente son también soberanos. Dentro de Moldavia, atascado en la simbología comunista se enquista Transnistria, en el Cáucaso aparece Nagorno Karabaj como una Armenia bis, y las diminutas Abjasia y Osetia del Sur, que fueron la causa de la invasión rusa de Georgia en 2008. La presión de las minorías rusas apoyadas por el Kremlin en contraposición al nacionalismo estatal sigue latente como se está viendo actualmente en Ucrania.

El impulso atomizador se volvió aún más voluble dentro de algunos antiguos satélites, como en el divorcio de terciopelo de Checoslovaquia, el cual no respondía a un fuerte clamor popular, pero especialmente en la escabrosa descomposición de Yugoslavia, que a través de una sucesión de violencia intermitente, desembocó en la existencia de dos albanias: Albania y Kosovo, y 3 serbias: Serbia, la República Srpska dentro de la Federación de Bosnia-Herzegovina y Kosovo del Norte, ésta última es la que más sorprende, ya que es una región englobada por un Estado  autoproclamado que a su vez está dentro de la Serbia oficial. El nacionalismo como excusa para justificar el separatismo se torna cada vez más incoherente, lo que se confirma hoy con estas duplicidades estatales limítrofes del mismo pueblo sin proyectos de unificación.

Serbia fue dejada sola traumáticamente por Eslovenia, Croacia y Bosnia pero pacíficamente por la oportunista República ex yugoslava de Macedonia, que se apropió de símbolos y nombre helenos mientras que paradójicamente mantiene el recuerdo de Yugoslavia en su denominación  completa, y por Montenegro, el cual se proclama independiente con menos de la mitad de su población de origen montenegrino y con el serbio como el idioma más hablado.

La Unión Europea podría haber garantizado cierta sensatez utilizando la persuasión moderadora respecto a los evidentes peligros de la ideología, que en su carácter retraído o expansivo, fue responsable de las dos guerras más grandes de la historia, evitando el quimérico pretexto de la búsqueda de encaje absoluto del nacionalismo étnico en estructuras políticas independientes. En cambio, aceptando a algunos como miembros y otros como postulantes, premió el precedente de la arbitraria fragmentación que desprecia al consociativismo.

Además de iniciativas constitucionales de descentralización federal o legislativas como la Ley de Claridad de Canadá, se hace imprescindible, desde los niveles supranacionales e internacionales, el fomento de la interacción interétnica para alcanzar cierta armonía en una convivencia basada en un pluralismo cultural que potencie líneas de división cruzadas y articulaciones anti-disgregativas, en pos de normalizar el inviable mapa que ha dibujado el inagotable brote de Estados, puesto que los confines de la nación están trazados sobre los contornos más frágiles de la razón.      
                                            
Augusto Manzanal Ciancaglini
Politólogo

 

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